Novena del Cuarto Día A Nuestra Madre de Guadalupe


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 San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, embajador muy digno de confianza.

Cuando [Juan Diego] vino a llegar al interior de la ciudad, luego fue derecho al Palacio del Obispo, que muy recientemente había llegado, Gobernante Sacerdote; su nombre era D. Fray Juan de Zumárraga, Sacerdote de San Francisco.

En cuanto llegó, luego hace el intento de verlo, les ruega a sus servidores, a sus ayudantes, que vayan a decírselo; después de pasado largo rato vinieron a llamarlo, cuando mandó el Señor Obispo que entrara.

Y en cuanto entró, luego ante él se arrodilló, se postró, luego ya le descubre, le cuenta el precioso aliento, la preciosa palabra de la Reina del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que admiró, lo que vio, lo que oyó.

Y habiendo escuchado toda su narración, su mensaje, como que no mucho lo tuvo por cierto, le respondió, le dijo: “Hijo mío, otra vez vendrás, aún con calma te oiré, bien aún desde el principio miraré, consideraré la razón por la que has venido, tu voluntad, tu deseo”.

Salió; venía triste, porque no se realizó de inmediato su encargo.

Luego se volvió, al terminar el día, luego de allá se vino derecho a la cumbre del cerrillo, y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció, lo estaba esperando.

Y en cuanto la vio, ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo:

“Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra, aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste. Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto.

Me dijo: “Otra vez vendrás; aún con calma te escucharé, bien aún desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad”.

Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal vez no es de tus labios; mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean.

Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mí andar ni de mí detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora Niña;

Por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía”.

Le respondió la perfecta Virgen, digna de honra y veneración:

“Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargué que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es muy necesario que tú, personalmente vayas, ruegues que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad.

Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo, y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido, y bien, de nuevo dile de modo que yo, personalmente, la Siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando”.


Juan Diego, por su parte, le respondió, le digo: “Señora mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón; con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera lo dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino. Iré a poner en obra tu voluntad, pero tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído.

Mañana en la tarde, cuando se meta el sol, vendré a devolver a tu palabra, a tu aliento, lo que me responda el Gobernante Sacerdote.

Ya me despido de Ti respetuosamente, Hija mía la más pequeña, Jovencita, Señora, Niña mía, descansa otro poquito”.

Y luego se fue él a su casa a descansar.

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego, encomendamos a las familias de nuestro barrio, especialmente las que atraviesan dificultades para que crezcan en la confianza y el amor de unos a otros.
 Ave María
Poema
Oración final

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