Novena a nuestra Madre de Guadalupe - Tercer Día


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 Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de Dios y Madre Nuestra.

Y cuando Juan Diego, llegó frente a Ella [la Doncella] mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza: Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, Y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca -todo lo más bello- parecía; la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla.

Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allí se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro. En su presencia se postró. Escuchó su aliento, su palabra, que era extremadamente glorificadora, sumamente afable, como de quien lo atraía y estimaba mucho.

Le dijo: “Escucha hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?”. Y él le contestó: “Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros Sacerdotes”.

En seguida, con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad; le dice: “Sábelo, ten por cierto hijo mío, el más pequeño, que yo soy la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me

levanten mi casita sagrada. En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.

Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México, y le dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.


Y ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré, y mucho de allí merecerás con que yo te retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al que te envío.

Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento, mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte”. E inmediatamente en su presencia se postró; le dijo: “Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu venerable palabra; por ahora de Tí me aparto, yo, tu pobre indito”.

Luego vino a bajar para poner en obra su encomienda: vino a encontrar la calzada, viene derecho a México.

En un momento de silencio y de encuentro entrañable con Nuestra Señora de Guadalupe y con San Juan Diego encomendamos a los niños, para que en María descubran la ternura de Dios. 

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